jueves, 16 de febrero de 2012

De las palmeras a los baobabs

Se ha ido la luz. Otra vez. Ayer estuvo ausente todo el día, hasta que a las diez y media de la noche me sacó de mi sopor encendiendo espontaneamente la bombilla que pende sobre mi cabeza y haciendo girar las aspas del ventilador durante cosa de media hora.

En ese breve lapso de tiempo sentí una brisa mortecina que me supo a gloria. La temperatura del cuarto es de unos cuarenta grados, día y noche. Llevo inmóvil y cubierto de una gruesa película de sudor unos tres dias, incapaz de salir a enfrentarme con el inmisericorde sol del trópico.

Desde mi ventana, tapiada con redes antimosquitos y una gruesa capa de roña adherida a los cristales, puedo ver suficiente Mozambique. En la misérrima pensión de Vilanculos en la que me encuentro sólo estamos Jesucristo y yo.

He decidido llamarlo Jesucristo porque la primera vez que lo vi, el tipo estaba caminando sobre las aguas. Iba completamente vestido con una desconcertante mezcla de vestuario de safari y ropa técnica para correr un maratón, que se pegaba a su cuerpo obeso como una segunda piel.

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